Allá por el año 1980, presenté y firmé un documento en el registro de entrada del Ayuntamiento de Carmona solicitando a la Alcaldía la apertura de la fosa común del viejo cementerio para trasladar los restos de los carmonenses fusilados, tras el golpe militar de julio de 1936, al nuevo cementerio. Por entonces ni había movimiento alguno por la Memoria Histórica, ni servicios arqueológicos, ni detectores de ADN, y ni por asomo se conocían las tecnologías que se aplican hoy para el estudio y codificación de restos humanos.
El alcalde de entonces, José Luis Balboa, trató la petición en la Comisión de Gobierno del Consistorio de fecha 14 de octubre de 1980, dejando sobre la mesa el asunto. Algo más tarde, y tras varios requerimientos, el órgano municipal aprobó, en sesión de 13 de abril de 1981, la redacción de un proyecto a la Oficina Técnica de Obras para la construcción de una sepultura en el cementerio de San Teodomiro, señalándose una parcela junto al panteón de la familia Turmo.
Con esta decisión, la Alcaldía daba al unísono la orden de iniciarse los trabajos de exhumación de los restos, que llevaron a cabo personal del entonces PER, bajo la supervisión de técnicos y funcionarios municipales. Las labores duraron varios meses y confirmaron la existencia de numerosos cadáveres con señales de muerte por fusilamiento, restos de proyectiles, así como diversos objetos y distintivos de la época sin identificar pertenencia. Finalizados los trabajos, un sencillo acto en honor a las víctimas del franquismo daba por finalizado el asunto, cubriéndose la nueva sepultura con dos lápidas que recogen la siguiente inscripción: “En memoria de los hijos de Carmona que dieron su vida en defensa de la libertad y la democracia 1936-1939”.
La iniciativa ciudadana y el acierto municipal se adelantaban en veinticinco años a la Ley de Memoria Histórica aprobada en el Parlamento de España el 31 de octubre de 2007. Pero el compromiso de los ochenta no era sólo el dar digna sepultura a nuestros paisanos fusilados; existía también la deuda de divulgar los hechos y los protagonistas de una de las páginas más crueles y recientes de la historia de Carmona. Por ello, durante aquel acto y ante la sepultura colectiva, prometí a los familiares de las victimas y correligionarios ideológicos el no cejar en el empeño de llegar hasta el final de la raíz de la historia silenciada.
Varios intentos resultaron infructuosos, por el empecinamiento oficial de cerrar a cal y canto los archivos militares y policiales; por los acuerdos y pactos de la Transición y por la discriminación hacia toda mención del ideal republicano. Sin embargo, la promesa siguió latente hasta mi encuentro casual, y por motivos periodísticos, con el historiador Antonio Lería. Su indiscutible profesionalidad e independencia me llevaron a compartir trabajos de envergadura sobre nuestra ciudad.
La sabiduría de Antonio me hizo reflexionar sobre aquella promesa de la divulgación de los hechos y los protagonistas del puntual acontecimiento histórico. Así, aquel proyecto de capítulo de memoria histórica, se transformó en todo un trabajo de historia (“Carmona Tricolor. Militancia política y afiliación sindical en la Segunda República”) en el que vivos y muertos comparten la trascendencia de la tradición republicana de Carmona.
Cumplida mi promesa con creces, traigo bajo la tricolor, aquella foto en el cementerio de Carmona junto a muchos carmonenses que confiaron en nuestra generación y a los que les devuelvo mi amistad y recuerdo. Salud.
... Y sobre vuestras cenizas levantaremos unas... V.P.O. ¡
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