Dicen que traen un pan bajo el brazo cuando, las más de las veces, hay que mover mucho los brazos para darles pan. Pero una criatura en ciernes, venida de las buenas lides del amor a los litigios de la vida, es casi un milagro doméstico que abre el portón de la alegría. Y aquí está Manuel, crecido por días entre pletóricos atracones a los pechos de su madre y arrumacos gozosos, cuando a los mayores nos da por soltar el cabo al niño que escondemos entre los pliegues, y los rasguños, de los días. Y esa es su madre, Encarni, mujer crecida en el vigor de la faena, y del compromiso, de cuya carne, macerada en el roce de la vida, es esta otra carne dichosa que a la vida se asoma. Ponérsela fácil ha sido, y desde ahora lo será de manera más intensa y singular, una de las empresas a las que Encarni dedica jornales y tajos, con esa agridulce recompensa que las tareas difíciles y públicas suelen otorgar. Pero ella se ha hecho mujer entre atardeceres de Guadajoz, donde Carmona es la misma y tan distinta, y conoce la superación al reunir trabajo y estudio para desenvolverse, con soltura, en la pedagogía del salir adelante. Qué buena maestra tiene, entonces, Manuel, carne de su carne, para aprender el oficio de vivir.
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