Nos han vuelto a invitar a escribir. Y muy contentos nos hemos puesto de sentirnos escribientes y escribanos. Esta vez, tema libre. Sin embargo, lo peor que le puede pasar a alguien es que le digan que escriba y cuando pregunte sobre qué, le pongan cara de póquer. Pero bueno, el PVC, es de siglas polivalentes y políglotas. Esta vez trataremos de cómo habla Carmona. No de cómo lo hace en los bares, ni en la calle San Pedro, ni siquiera a través de graffitis y pintadas, sino de esa forma tan particular que la convierte en una ciudad que habla en el idioma “panfletocartelero”. No hay peña, hermandad, ni ordinaria asociación que no se manifieste a través de un cartelito. Es como si de otra manera no supiera hacer notar su existencia. Hagamos un cartel y así evitaremos tener que decir a cara descubierta tal o cual acontecimiento referido a nuestra afición peña o asociación, consiguiendo así con el mínimo desgaste la anhelada huida del hogar que evite tener que soportar a parientas y crianzas durante las pocas pero dulces horas de deserción. No hay ciudad en el mundo que nos iguale en el número de carteles en los bares anunciando tan variados y magnos acontecimientos. No importa que uno publicitando a la peña Los Palomos esté coqueteando con otro de la Hermandad de la Sagrada Paloma Milagrosísima, patrona de no se sabe qué barriada...(¡Huy! perdónennos, y es que aquí los barrios se distinguen de las barriadas por tener santo propio ). Siendo éstas, las hermandades, las que se llevan la palma, las más anunciadas, las reinas de los bares. El tío aquel que inventó el fotochó no imaginó ni por asomo lo que les está dando de sí. Pasar del cartel de la afoto artística del Hijo de Dios camino de la inmortalizada Crucifixión a su paso por el incomparable marco de la Puerta Sevilla hecha por el aventajado meapilas local, al Cristo puesto en un espacio idílico, en una catártica simbiosis de Semana Santa y Feria de mayo va un trecho. . Menos mal que afortunadamente con la Madre de Dios los artistas cartelarios no se atreven a tan virguera imaginería. No imaginamos a los hermanos cofradieros echándose en cara unos a otros que los rostros de sus respectivas santísimas están más o menos maquillados y por lo tanto, que unas están o son más resultonas que otras. Ahora bien, y desde este momento lo declaramos públicamente, el que más nos gusta y creemos que puede llegar a ser declarado de interés turístico-cultural es el del “Antes morir que pecar...” obra de un reputado artista local y por lo visto devoto salesiano, obviamente también local. Lo descubrimos en ese centro de sincretismo social que es el popular Mingalario, obsérvese los seis dedos de la mano de uno de sus figurantes. ¡Pura creatividad divina! Todo esto en cuanto a los mayores proveedores cartelarios. Pero en general, los integrantes de cualquier “Agrupación” (palabra, parece ser, políticamente correcta...) cuando toca celebrar uno de sus obligados fastos no osan al predicamento bucal, sólo evocan a su personal al oportuno compromiso de asistencia a través del correspondiente cartel o, las menos de las veces, mediante el envío de misiva postal y siempre bajo la promesa de un posterior vinito español.
En otro orden cosas, sostiene con mucha razón un amigo nuestro que no hay candidato a la presidencia de nada que no deba dominar el horror a hablar ante el respetable. Da igual que conozca en profundidad a la feligresía que representa, pero es vital que ande sobrado en eso de darle a la labia. Recuerden la frustración de la vociferante plebe en la reciente contienda municipal ante la ineptitud de su futuro alcalde en el dominio del micrófono artilugio. A las gentes de aquí nos cuesta expresarnos correctamente. No ocurre lo mismo en otras latitudes, como es el caso de los inditos suramericanos que, a pesar ser pobres de solemnidad, cuando se enfrentan al diabólico instrumento para contar las desgracias que nuestro Buen Dios se empecina en enviarles constantemente, se expresan, hay que reconocerlo, con verbo florido y encantadoras perífrasis. Carmona es en ese sentido una ciudad, si no muda, afónica. Su gente prefiere oír, y por supuesto sólo lo que quiere..., que decir a abiertamente “a boca llena” lo que piensa. Sus escasas y exiguas revistas, incluidos los miniB.o.es locales no van acompañados de la deseable “rueda de prensa” que arroje luz sobre su insondable contenido. Es más, nuestros distinguidos políticos rehuyen, como alma que lleva el Diablo, de todo lo que no sean simplonas generalizaciones y siempre terminan con aquello de Gil y su bla, bla, bla. Por no referirnos a los que se prestan con fruición a loas y cánticos de las excelencias y las incelencias, como ahora dirían los que se meten a peritos oficiales de la lengua, de tal o cual equipo de balompié. ¿Y los lugareños del común? ¿Cómo se expresa el carmoné de a pie? Conocido es que, salvo honrosas excepciones, le es imposible articular una frase de más de tres palabras con el más mínimo sentido sin el suficiente nivel etílico, y mucho menos delante de más de tres de sus semejantes. Es como si el conducto nervioso que va del cerebro a la lengua sólo estuviera habilitado cuando el susodicho carmonero, reclinado en el sólido apoyo de la barra del bar, percibe como amenaza la opinión del que enfrente tiene y se siente suficientemente armado de la valentía que el divino Dionisos le proporciona.
Si las compañías telefónicas dicen que las palabras más usadas en los mensajitos sms es “Hola, o Te quiero”, en Carmona es “¡Me cago en la puta¡”. Con lo que se llega a la conclusión de que el carmoné es expresivo más por la mirada y el labio retorcido que por lo que oralmente expresa. Le gusta repetir lo mismo hasta la extenuación y siempre sobre temas que afectan a aspectos personales de la vida de los demás, jamás de lo que pudiera tener un interés público o social, excepto cuando en el cónclave tabernario le da por “arreglar España”. En Carmona pues, desde que Don José Antonio no se dirige desde el sagrado púlpito a sus pecadores, desde que los próceres no dicen nada inteligible a un intelecto medianamente normal, desde que “las fuerzas vivas” están sujetas a los vaivenes politiqueros y politicastros, desde que la gilipollez eruditaria y chauvinista no da más de sí, desde que este pueblo ha renunciado a que le digan la verdad, su verdad, el carmoné o más bien carmonero, es y será...como el españolito al que la presunta democracia le ha puesto la mano en el hombro y se limita al autosuficiente y autocomplaciente “que sepa usted, que yo hablo muy clarito y no me callo ni una..” Si a esto le añadimos el “yo tengo derecho” y la represiva del... “tiene usted suerte de que...”, obtenemos un batiburrillo neuro-conceptual que nadie, salvo eminencias de los psico-sociológicos estudios, puede llegar a descifrar. Para concluir y volviendo al principio de este escritorial, el carmonés, a dios gracias y para regocijo general, siempre tendrá su última y póstuma oportunidad de participar en el deseado cartel: esta vez, incluso de protagonista... con nombre y estilo propio..., con grandes y solemnes letras mayestáticas, sin necesidad de que se le recuerde por sus suegros o cuñados o por el sobrenombre (o mote) de la gens familiar. Sólo tiene que pactarlo con Mancera...
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