Licenciado de Filosofía.
Se dice, se comenta, se relata allá donde vayamos que nos están quitando el Estado de Bienestar. Lo dice el panadero cuando vas a comprar unas onzas, el peluquero cuando vas a recortarte la cabellera, lo dice incluso el loco que deambula errante por las calles. En fin, el hombre común, de la calle, el hombre normal dice que el Estado de Bienestar lo están matando. Y eso en primer lugar quiere decir una cosa: que no es que por causas naturales, que no es que el Estado de Bienestar esté muriendo él solo, sino que desde fuera hay una fuerza extraña que lo está matando. Pero amigos, tengamos un poco de cuidado con el hombre que compra los libros de Belén Esteban, que visiona los debates de Telecinco y que no hace mucho, rompía los cuadros de Picasso. Su criterio, aunque no sea con mala intención, puede que esté pervertido, que no apunte bien y que parpadee frente a los problemas graves. Quizá debiéramos acoger a nuestro lado a un amigo bigotudo y escuchar su grito –porque Nietzsche no hablaba, gritaba- para orientarnos: la opinión pública no es sino la suma de las perezas privadas. No es que haya que hacer de la crítica algo patológico –eso sería vivir en ruinas-, pero un poquito de crítica es requisito indispensable para que las cosas se nos abran y veamos el secreto que guardan.
Los españoles –y esto hay que decirlo aunque duela- tenemos una cierta tendencia por materializar las culpas. Cuando se perdió Cuba la culpa era de la dupla Sagasta-Cánovas, no de la abulia crónica nacional; la culpa de la crisis es de Zapatero, no de las políticas que venían haciéndose desde Felipe González; la culpa de la privatización que puede llegar al sector educativo es de Wert, no de las reformas que desde años vienen beneficiando a colegios concertados. Parece como si necesitaremos un pedazo de carne para golpearlo. El imperativo español podría ser: si no hay donde pegar no hay culpas. Ahora la culpa de la caída del Estado de Bienestar es de Rajoy. No es que yo quiera restar la parte de culpa que pudieran tener a estos pobres diablos –y muy sesgada sería la opinión del que pensara eso-, que no pueden existir los privilegios fiscales para las grandes empresas y que no puede haber personas muriéndose de hambre mientras a otros les llega el dinero a espuertas es algo que me parece tan de cajón que siquiera lo planteo. Sin embargo, quizá ese comportamiento que tienen los políticos no sea sino un reflejo del comportamiento que calza España desde hace tiempo. Uno de los caracteres que más podríamos resaltar de éstos quizá sea la irresponsabilidad, ese el que más urge, el que más resalta. Miremos nosotros un poco dentro de nuestro corazón, de esa nuez infartada que tenemos a la izquierda del pecho, ¿no tendremos entre la sangre y las válvulas un poquito de irresponsabilidad adherida a la pared muscular?
El Estado de Bienestar se caracteriza por la promoción por parte del Estado de unos servicios sociales que se corresponden con ciertos derechos de los ciudadanos: la sanidad, las pensiones y la educación. El Estado, así pues, nos garantiza esos servicios, se convierte en benefactor y como en un surtidor mágico de éstos emanan espontáneamente. Esa es la parte del Estado, ¿cuál es la nuestra? Deberíamos, siempre que alguien reivindica sus derechos, recordarle que éstos siempre deben exigirse sobre fondo de sus deberes. De lo contrario quedan los derechos como cualidades metafísicas y como en un contexto imaginario y fantasmal. Yo creo que en el Estado de Bienestar nos hemos enterado muy bien de nuestros derechos, pero hemos olvidado fatídicamente nuestros deberes. Tener derecho a la sanidad significa que el Estado gasta un dinero público –un dinero que es de todos- para asegurarnos el tratamiento en caso de enfermedad. Nuestra parte sería, en ese caso, intentar llevar una vida lo más sana posible, o sea, sería nuestro deber –por poner un ejemplos tontos- fumar lo menos posible o llevar una dieta equilibrada. Igualmente, nuestro deber para con la educación es aprovecharla, así que los niños que suspenden estarían falseando esa responsabilidad, o sea, deberían sufrir la reprimenda mínima de pagar el dinero invertido en ellos en la matrícula escolar.
Y es que, amigos míos, el Estado de Bienestar no sale como por generación espontánea de un Gran Benefactor, sino de nosotros mismos, de la responsabilidad con que llevamos a cabo nuestras propias acciones. Hay que intentar no ver en el Estado a un Dios redivivo, señores estamos solos y nuestros actos son los que en última instancia determinan nuestro futuro. Podría pensarse, igualmente, que al Estado del Bienestar lo está matando ese ser demoniaco que es Mariano Rajoy; si ustedes queréis seguir creyendo en brujas crean ustedes. Pero igual que el Estado de Bienestar no surge por arte de magia, no se acaba tampoco por arte de magia. Es la irresponsabilidad generalizada de España, tanto política como ciudadana la que lleva a una situación así. No señores, ni en biología ni en historia es posible la aplicación del lamarckismo.
Agamenón, cuando iba a comenzar la guerra contra los troyanos, dijo a sus tropas: Al que yo vea que por su voluntad lejos de la lucha trata de quedarse junto a las corvas naves, no habrá para él medio de librarse de los perros y las aves de rapiña. ¿Habrá de ser necesario llegar hasta ahí para luchar contra el demonio de la pereza? Si todo es irresponsabilidad y pura farsa, ¿cómo queremos que los políticos sean responsables? Amigos, no creáis en brujas y hadas, en dioses y causas ocultas, la situación política no resultado de una confabulación maléfica –no sobrevaloremos a nuestros políticos-, sino un reflejo de la última antropología española.
Estoy completamente de acuerdo con el autor. Un resumen sería el dicho conocido de "tenemos lo que nos merecemos", es decir si hacemos ojos ciegos y oidos sordos y dejamos de ejercer nuestra crítica, somos tan culpables de la desaparición o merma del estado del bienestar como los políticos.
ResponderEliminarSi el autor me permite un consejo, debería intentar escribir sin usar formas coloquiales, por ejemplo en penúltimo párrafo escribe "...si ustedes queréis seguir creyendo..." que es la forma coloquial y mal usada del sujeto en tercera persona pero el verbo en segunda, es mejor escribirlo en alguna de las formas correctas "... si ustedes quieren seguir..." (más respetuosa) ó "... si vosotros quereis seguir..." (más cercana).
La opinión pública es la menos pública de todas las opiniones, los grandes grupos editoriales y mediáticos en manos multimillonarias, son quienes crean buena parte de ella siempre con la colaboración y financiera sumisión de las fuerzas políticas.
ResponderEliminarNada esta fallando en cuanto a sistema o modelo de estado pues cuando cualquier sistema de oganización social parece fallar realmente esta funcionando a la perfección, selección natural, algo tan descorazonador como desapasionado, los nuevos débiles tienen que dejar paso a los nuevos devoradores y las circunstancias del entorno (no se entienda esto en toda la extensión de los términos, aunque también podría hacerse en muchos casos), pura evolución. Pero culpar a una masa cuyo núcleo intelectual esta fraguado en la metodología del "eminente pensador" Noam Chomsky, a través de los medios de comunicación resulta cuando menos fácil, aunque no muy resolutivo. la solución tangible pasa por olvidar que exista una solución, adaptación. La solución relativa y utópica pasaría por una ingente remodelación del aparato mediático por parte de las autoridades "competentes". Por tanto cuando el actual sistema oligárquico colapse como fruto del deterioro de la estirpe de las actuales élites, y la futura flor y nata de la perpetuación ocupe su lugar entonces las dinámicas serán distintas aunque eso no significa mejores para quienes sigan componiendo a la gran masa.
Simple experiencia histórica.
No obstante, brillante artículo el suyo.