Por Antonio Montero Alcaide.
Para evidenciar hasta qué grado los estudiantes son capaces de aplicar los conocimientos adquiridos, algunas pruebas internacionales de evaluación suelen considerar situaciones de la vida cotidiana, a modo de problemas o requerimientos para cuya solución satisfactoria no solo se precisa conocer sino, sobre todo, hacer funcional lo aprendido. Esto es, valérselas bien con los conocimientos para solventar demandas, ordinarias pero complejas, del día a día. Así, interpretar una factura de la luz no es tarea menor y en esas pruebas de evaluación se ha considerado como ejercicio a propósito. Nada más propio, al cabo, de la vida cotidiana que servicios básicos como la energía eléctrica; pero nada asimismo tan inescrutable como la factura que hemos de abonar por ello. Las pesquisas para averiguar la forma en que se solventaba la diferencia entre las lecturas estimada y real tenía su aquel, que no pocas veces la previsión superaba la realidad y un anticipo a cuenta siempre puede aprovecharse hasta su devolución. Pero muchas incógnitas todavía nos sobresaltan y tienen miga. Por ejemplo, la facturación PVPC es el Precio Voluntario para el Pequeño Consumidor, y no me pregunten por qué se apellida voluntario porque mi conocimiento aplicado no da para más. Y la facturación ATR una tarifa de Acceso de Terceros a la Red, poco más o menos que cobrar por el uso de los cables eléctricos por donde llega la energía consumida. Qué me dicen, además, del "déficit tarifario", un balance retrospectivo de deudas con las empresas que justifica subidas constantes y crecientes. Y de los contadores "inteligentes", capaces de ajustar nuestras facturas según las horas del día, por lo que ya nos las vemos poniendo la lavadora de madrugada. Si bien, no se sabe qué es mejor, un detalle pormenorizado de todos los conceptos pasados al cobro, que hasta podemos acabar aceptando por incomprensibles, o un sencillo y escueto cálculo que, precisamente por despejado y directo, nos parezca abusivo. De una forma u otra, todo este galimatías, que es tomado como prueba de la posibilidad de aplicar los conocimientos adquiridos por los alumnos, queda bastante de lado para quien, en el desamparo de los estropicios económicos, acude a Cáritas con la factura en la mano, no para que se la expliquen, no, sino para buscar ayuda antes de que, tarifas aparte, le corten el suministro. Que entonces la factura de la luz no es un enigma, sino un apremio ante el que se barrunta la oscuridad de un túnel sin salida.
Fuente: elalmeria.es
No puedo estar mas de acuerdo con lo que dice el autor. Realmente, a estas alturas del desarrollo, resulta indignante que las eléctricas, con la complicidad del gobierno, nos esquilmen en las facturas de a luz, haciéndonos pagar muchísimo más de lo que realmente consuminos. Admitiría un sobrecoste si las compañías invierten en infraestructura que mejore el servicio, pero creo que con el consumo se debe pagar los costes de generación, transporte y beneficio (lógico) de estas compañías, ¿qué es eso de pagar a precio de mercado minuto a minuto lo que los especuladores quieran cobrarnos? Si ya hasta las compañías de teléfono han rebajado sus tarifas -teniendo en cuenta que sus infraestructuras hace ya tiempo que fueron amortizadas- ¿a qué esperan las eléctricas y el gobierno a hacer lo mismo?
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