martes, 20 de julio de 2010

Carta de amor

Es ésta una carta de amor, aunque en ella encuentres desamor.
Es ésta, una vorágine de dudas, nacidas del desconcierto que nos proporciona convivir en una sociedad ansiosa por el jodido estatus.
Es ésta, una carta tosca, un soliloquio, hijo de la lectura del “Sócrates Furioso” de R. Aguila, quién defiende la existencia de una falacia socrática: aquello de que el sometimiento a los principios y valores humanos, siempre producirán efectos beneficiosos. La ley del karma, vamos. Esta idea, poderosa y seductora, fracasa al contacto con la realidad cotidiana, en palabras de Rafael del Aguila.
Yo también era de los que tenía claro las pautas a seguir en la educación de los hijos. La honestidad, la responsabilidad, la generosidad, el respeto al otro y sobre todo, a uno mismo. Tener un concepto diáfano de lo que es justo y de lo que no lo es. Pero, amigos, dudo de si este enjambre de buenos propósitos, realmente, sean el mejor asidero para una vida plena. Vamos que titubeo entre matricular el día de mañana a mi hijo en la Pablo de Olavide 5 años, o pagarle unos cursos intensivos en cualquier prestigiosa escuela de ganster de Chicago. Pero Chicago años veinte. Que se empape bien del mundo del hampa. Que se traiga un máster de sinvergüenza, que yo hago un esfuerzo y se lo pago.
¿Que porqué esta cisma moral?
Pues porque no sé, si me agradecerá o me maldecirá, al proporcionarle una sensibilidad educada, que le permita extasiarse contemplando un Boticelli, o leyendo unas líneas de García Márquez, para acabar como un ganapán, en cualquier empresa dónde le midan el ancho de la espalda, para trabajar como mula de carga. Porque no sé, si soportará con estoicismo, que después de tres años resolviendo logaritmos e integrales imposibles, tenga que someterse a la autocracia de cualquier banco, a cambio de una nómina ignominiosa.
Porque no sé, si me perdonará, haberle aconsejado estudiar 8 horas al día, 7 días a la semana, 10 años de su vida, para acabar ganando 800 euros al mes. Mientras, chavales de veititantos años, ganan 6.000 euros al día por darle patadas con gracia a una esfera de cuero.
Pero , ¿cómo le digo yo a mi chaval, que sacrifique sus domingos, sus posibles novias, sus horas de diversión, para que sepa suplicar un puesto de trabajo en 5 idiomas? Con lo fácil que es coger lo que no es tuyo y subir como la espuma. Y encima faldar de lo listo que es.
Pero ¿con qué argumento atávico, exhorto yo a mis hijos, para que lean a Shakespeare, a Cervantes o a Proust?, si luego va a tener que bregar con un jefe, que lo más extenso que se ha leído, es la composición del champú, mientras hacia de vientre. Pero ¿con qué aval, meto la moral de mis hijos en un saco cerrado, para que la pateen? ¿Cómo les enseño a ser honrados, respetuosos y trabajadores, y les convierto en fácil pieza de caza de tanto hijo de puta?
Supongo, que cualquiera que tenga hijos, compartirá conmigo este galimatías emocional.
Pero lo que si está claro, es que da igual lo que decidamos nosotros. Al final , son ellos , nuestros hijos, los que elegirán convertirse en un mequetrefe, sandunguero comisionista, ladrón de guante blanco; o en caminar por la vida con la cabeza alta, aunque sea contracorriente y, eso sí , pisando mucha mierda.
Si tú aún , te encuentras entre los que están en el umbral de esa difícil elección, te voy a dar un empujoncito: leéte con calma “La muerte de Iván Ilich” de L. Tosltoi. ... y elijas lo que elijas, acuérdate de que siempre estás a tiempo de cambiar tu opción.
- Papá, papá, tú no piensas todo esto, ¿ verdad...?
- Pues claro que no, hijo. Sigue estudiando, que mañana tienes examen.

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