La voz callejea por la garganta, donde, el tabaco o el carácter, el aguardiente o el amor, la ingenuidad o la sabiduría, diseñan su extenso vestuario. Hay voces hoscas, hurañas, como si el cincel que perfila la vida de sus dueños, les hubiese golpeado a destajo, sin la palada de cal que toda existencia precisa. Otras voces, chorrean afabilidad. Son serenas, apacibles, acogedoras, como el aliento cálido que esconden las mesas de camilla las noches de enero. La voz de la madre, que entona nanas a su hijo para prestárselo a Morfeo un puñado de horas, nace en el mismo sitio, que la voz del déspota que humilla al trabajador, sabedor de que, éste, se tragará todos los gritos, a cambio de un jornal, que le permita dar a su hijo la educación precisa, para que no tenga que soportar, ni un solo rugido, de ningún reyezuelo pagador de nóminas. Es curioso, que manando de la misma cuna, haya tan amplio surtido de modulaciones. Desde el chillido al susurro, el catálogo de afinaciones nos ofrece un muestrario gratis, con el que hilvanamos rezos, exclamaciones, deseos o demandas.
Las voces de los ciudadanos se visten de palabras en las mesas camillas , en las calles, en las farmacias, en las trastiendas, en las tertulias tabernarias. Pero reservan sus mejores galas, para cuando abandonan la crisálida de la garganta, y se transforman en esa mariposa de hermosas alas que se llama voto. Ahí se silencian los tañidos de las campanas húmedas y rosadas, y habla la democracia. Luego, a veces, ocurre que tras el verbo hacerse papel, sufren ambos, palabra y voto, una extraña alquimia al ser devoradas por esa boca desdentada de metracrilato que tienen las urnas.
Pan proclamaba y pan me daba.
(Pan, para todos…)
ResponderEliminarSimplemente ¡Magnífico!
No puedo decir más…
Saludos de J.M. Ojeda