Hace pocas fechas, ante el Cristo de la Sentencia de la Hermandad de la Macarena, un aplicado guía advirtió al grupo sobre la hechura de los pies del Señor, acometida por Antonio Eslava Rubio en 1966. Y las vicisitudes de este paisano (1909-1983) me trajeron al recuerdo los sustos y quebrantos que contaba mi padre de cuando, con pocos años, subía al soberao del Niño de la tata y se daba de bruces con la postrera desazón de Gestas, que Eslava tallaba entonces para el misterio de la Expiración de San Blas. Un imaginero, en fin, juega con sus manos en la laboriosa prestidigitación de las gubias, que no es esa habilidad menor de los trucos y las sorpresas, sino el arte excelso de dar forma a los misterios, a la Pasión y al Dolor, para que sobrecojan el ánimo en el rito externo de las chicotás o reclamen la devoción en la serena observancia de los altares. Además, en sentido estricto, Antonio Eslava destacó en la talla de juegos de manos, con los que se reponía la prestancia de distinguidas imágenes. Siempre cerca de su madre, Eslava sobrevivió pocos años después de perderla; el afecto de los amigos hizo posible su entierro en Carmona; y ahora, las monacales penumbras de San Francisco hospedarán el vestigio de sus manos junto a las excelentes obras de su juego.
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