jueves, 12 de febrero de 2009

El perro Pepe

Una imagen y mil letras. Por Antonio Montero.

Era pepe un perro con los días perdidos en el abandono. O tal vez hizo del abandono su formar de llevar una mala vida de perro. O no fue mala, sino deudora de quienes, sabiéndolo amigo, le confortaban el estómago y la soledad. Y cosmopolita, también fue pepe un perro cicerone, o novelero, pues se acercaba a cualquier grupo de turistas en los paseos por la ciudad, por el dédalo de calles del centro histórico, hasta que acabaron sus días sin rumbo en la noble decrepitud del abandono. Pero el artista, que lo conocía bien, decidió fijar su memoria clavándolo, como gárgola, en los altos y añosos muros de Santa María. Porque pepe estaba inscrito en el registro de las cosas y las presencias cotidianas, tan dispares e incluso insólitas a primera vista. Y aquí, desafiando a los vientos y al olvido, el porte de pepe, dócil y apacible en su vida perruna, es recreado con la amenazante provisión de sus mandíbulas y, aunque la foto lo oculta, con un generoso atributo de la entrepierna. Bien es verdad que así ocurría con las gárgolas, ya para representar los vicios, ya para ahuyentar a los malos espíritus; pero, conociendo a pepe, esta recreación más bien señala los castigos de la soledad: esa voluntaria vocación de muchos que, sin embargo, aniquila cuando es impuesta.

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